La brisa maldita funde mis sesos. Me encuentro desorientado, confundido, parece ser que las copas durante la noche fueron descomunalmente mata memorias. No me explico bien como llegue a este lugar, aparentemente aquí termine satisfaciendo mis vicios, al menos es lo que me dicen estas 8 latas vacías de cerveza botadas a mi alrededor. La verdad poco me importa, la arena me ha mantenido caliente y el paisaje me ofrece una agradable vista. El mar siempre ha sido placer de mi devoción. He perdido la cuenta de los días que despierto de la misma forma, he perdido la cuenta de las semanas, he perdido la noción de los años. Me he sumergido lentamente en un río de alcohol, una corriente que fluye constante llevando en su caudal un cóctel de drogas, locuras y cada vez menos conciencia. Lentamente me pongo de pie, el viento sopla fuerte y golpea la arena en mi rostro, cruzando ese cerro se encuentra mi choza, fabricada por mis propias manos un día de alucinaciones lisérgicas. Decidí alejarme; abandonar el mundo y cobijarme bajo el seno del mar. Una pequeña construcción en base a latones, usando unas rocas de apoyo basta para capear las rigurosidades e inclemencias del clima. A pesar de alejarme de la gente, no he abandonado completamente las bondades de esta época, jamás he dejado de escuchar música y en ciertas ocasiones acostumbro visitar bares locales, conversar con los pescadores y compartir escalofriantes noches de juerga. En eso me encontraba la noche anterior, hasta que un zarpazo de mezcalina me condujo al ignoto recuerdo de mis acciones y un despertar desorientado, desconociendo como y porqué me encontraba ahí.
Llego a la playa “la punta de los náufragos”, una desolada bahía ubicada a 3 kilómetros de Llico, dirección norte, testigo de innumerables hundimientos de lanchones a causa de sus camufladas rocas en aguas profundas. Mi chabola esta intacta, mi colchón, mis mantas de lana y cuero, mí guitarra, mis parlantes a pila, mi tocadiscos, mi machete, mis 2 cortaplumas, mi boquitín y mi damajuana de diez litros llena a la mitad con agua ardiente. Me tomo un corto, dos cortos, tres cortos. Me sirven para despertar un poco y asimilar la resaca, es un golpe energético tanto para mi cuerpo como para mi mente, afuera a la orilla del mar tengo atada una red del día anterior. Siempre esta ahí y fielmente este inmenso océano me alimenta con los más exquisitos manjares. Mientras recogía la malla, diviso a lo lejos una figura humana cruzando el roquerio y las dunas hacia mi posición. Generalmente me irrita la compañía de personas, pero cuando sus motivos son carentes de mala intención, no me hago mayores problemas en conversar y compartir una copa de mi agua ardiente. Para evitar alguna calamidad en mi contra, cojo mi machete y lo amarro en mi cintura. No pocas veces me he visto enfrentado a campesinos asesinos, ermitaños caníbales y marinos violadores.
Este hombre no era lo que la suerte o las buenas intenciones del azar destinaron para encontrarse hoy en mi camino, su aspecto era tosco, de manos grandes y dañadas, brazos anchos, piel morena, de estatura media con un lenguaje muy precoz, de incompresible modulación y poca coherencia por los efectos del alcohol. A pesar de esto, lograba descifrar sus mensajes y yo comunicarle mis ideas. Hablaba de su esposa, la buscaba porque esta había desaparecido hace unos días, durante una de sus borracheras y temía una desgracia, su muerte. Yo notaba en su mirada una cuota de perversidad, sabia que tramaba algo o más bien escondía un obscuro secreto. Solo decidí permanecer alerta y seguir el juego de este rufián. De mujeres perdidas, no sabia hace ya muchas lunas llenas, mi único contacto con el sexo opuesto, se reduce a una que otra visita al burdel del poblado, pero aquí en mi playa solo se dejan caer especímenes, alejados de la gracia del señor. Este sujeto hablaba y miraba mi imponente sable, profería insultos contra su extraviada pareja, abría los ojos cada vez que se expresaba, movía sus manos, chispeaba sus dedos. Le ofrezco un sorbo de mi alcohólico brebaje, le propongo que es mejor calmarse, en situaciones como esta es propicio mantener la calma, y a través de ella se resolverán las adversidades. Bebemos una copa, dos copas, tres copas. Poco a poco comienza a relajarse, y como es natural en los efectos etílicos la sinceridad aflora rápidamente. “A lo lejos te divisé recogiendo tu red, hace ya mas de un día que no pruebo bocado”. Me confiesa. Inmediatamente me sentí presionado, percibí tal como presentía en su mirada, esa prepotencia característica de muchos delincuentes que a través de los años he conocido. Insiste en la historia de su mujer, me comenta que esta huyó durante una belicosa discusión, que la golpeo tan solo 2 veces, quizás la había ahorcado un poco mas de la cuenta. Detengo sus balbuceos para incentivarlo a recoger algo de madera, nos protegería del frío y nos brindaría cocina para preparar pescados.
Reunidos en la fogata invito a mi visitante a fumar mezcalina. Por su respuesta me percaté que jamás había conocido esta sustancia, me habla que solo consume alcohol y la marihuana jamás la probó. Un pipazo, dos pipazos, tres pipazos. “Esto no me produce nada, prefiero otro de tus tragos”. Yo solo lo observo, sonrío, miro el horizonte, las nubes, la costa larga y extraviada entre bosques, cerros. El viento aúlla y se hace perceptible a la vista, me saluda de un abrazo y me dice. “solo tú en tu sabiduría eres maestro y visionario, mis ubres alimentan tus sueños. Eres dueño del tiempo” en tanto toma forma de una mujer desnuda, me besa y se va nadando entre olas. Un alarido alarmante me da un golpe en mi cabeza. “¡La maté!, ¡la maté!, ¡la maté!, ¡la descuarticé!” El crimen había sido confesado bajo bramidos desgarradores de espanto y terror. “Sácala de aquí, ¿porqué la has traído aquí?, te cortaré tal como corté a la Juana”. Saca de entre sus prendas una navaja bañada en sangre. Eran evidentes las visiones que el psicodélico humo gatilló en su conciencia, la aborrecible experiencia recién vivida, surgió como una figura amenazante, horrorosa, la imagen de su cónyugue se hizo presente en el acto. Un agujero craneal asomaba sus sesos, estos se desparramaban a lo largo de su cabello, nariz fracturada, posiblemente también su mandíbula, grandes hematomas de al menos 3 colores adornaban la totalidad de su piel, aun así se encontraba de pie, a espaldas del mar mirando fijamente a su marido. Los alaridos del fulano eran incesantes y su planes de atacarme aun firmes. Un estoque, dos estoques, tres estoques. La sangre chorreaba desde mi brazo, un tajo limpio de al menos 10 centímetros a la altura del hombro fue mi obsequio y último agravio contra la vida que este mengano se atrevió a cometer. Jamás pretendí ajusticiarlo, no soy quién para ello, pero mis alternativas no fueron muchas. Un machetazo certero en medio de su rostro fue mi respuesta cordial a sus inescrupulosas intenciones. El cadáver tendido boca arriba con su descomunal tajo acompaño el resto de mi tarde, este macabro encuentro marcó mi conciencia y los efectos que la droga me produciría a lo largo del día. Por algún extraño motivo mis viajes asociados a la mezcalina son por excelencia brutales, malvados augurios son convocados en su uso si el entorno, acciones o pensamientos no son los adecuados. Las imágenes infernales estaban atacando los límites de mi tolerancia psicótica, por lo que decidí interrumpir el consumo del alucinógeno al menos hasta deshacerme del cuerpo. Resolví darle el mismo trato que este fiambre le dio a su novia y probablemente con el que me hubiera correspondido, de estar yo en su lugar. Seccioné los restos en 6 partes y los arrojé indistintamente a lo largo de la ensenada.
Al anochecer la calma se hizo presente de forma maravillosa, el cielo atestado de estrellas y una luna intensa me otorgan el escenario perfecto para continuar con mis deleites. Avivo el fuego y preparo dos reinetas asadas sobre una piedra, mientras estas se cuecen, bebo directamente de mi garrafón sorbos desmesurados. Uno, dos, tres. El botiquín amenazante me mira con recelo “no te preocupes, eres tú mi posesión mas preciada, me someto a tus dictados, conecta tus transfusiones lunáticas directamente a mis venas”. Devoro el alimento e ingiero 4 gotas de ácido, el álbum “the blues” de Jimmi Hendrix acompaña mi apacible velada. Esperando los potenciales trastornos que serán provocados en mi percepción continúo empinando la redoma embriagante.
No fui capaz de percatar el momento preciso en que el cielo cambió su tonalidad, en un instante creí que un nuevo amanecer ya hacia su arribo, pero el color que el firmamento reflejaba no se asimilaba en nada a aquellas tonalidades emanadas de la alborada. El LSD matizaba el paisaje de forma fantástica, sus cualidades, progresivamente trastornaban mi mente y cuerpo, esta confusión de colores era tan solo el inicio. El mar frente a mí rugía amenazante, las olas eran inmensas y reventaban con furor, me produjo deseos de nadar, pero el ver transformar la marea en dos criaturas monstruosas, me provocó dar un paso atras. “Se debe tratar de una pelea”, y en efecto, pues sacudieron sus garras, colmillos y cuernos en contra de sus humanoides cuerpos. Que espectacular circo Romano me encontraba presenciando, de pronto, sin más, la calma retornó y la oscuridad de la noche hizo su extraviada presencia. Mi toca discos seguía aun desgañitando los psicodélicos sonidos de la voz y guitarra de Jimmi Hendrix, bebo cuatro copas de licor y cojo mi vihuela para intentar acompañar a mi compañero afro americano con alguna improvisación. Me entregué cabalmente al viaje musical, las escalas se apoderaron de mí como un chupa sangre se aferra de su huésped, despotricando melodías tan esquizoides como las del autor. “No tocas para nada mal”. Dice el mulato. “solo intento no desapegarme a la canción”. Seguimos guitarreando al son del viento y los sonidos de la naturaleza. El fuego aun nos brinda algo de calor. “¿quisieras beber un sorbo de agua ardiente, quizás un poco de ácido?”. Sin recibir respuesta a cambio, este hippie trasgresor del tiempo, combina en un vaso, media dosis de trago y 8 gotas de LSD, zampándoselo al seco. Jamás permito que extraños manipulen mis pertenencias, pero este personaje, lo conozco y admiro desde mi niñez, Por lo que guardé mis recriminaciones. Fenomenalmente, luego de ingerir su cóctel, Hendrix se pone de pie y comienza un despliegue musical sin límites, sus manos y dedos eran un relámpago de movimientos sublimes y su música una dosis profunda de introspección y desdoblamiento. De hecho, los efectos del alucinógeno, que había frenado sus consecuencias tras la batalla mítica, volvieron a mi cuerpo, a través de un cosquilleo generalizado y una percepción agigantada de las cosas. Intento seguir esforzadamente, con una seguidilla de bajos, el ritmo. A pesar de la desigualdad de talentos, logramos una conexión única y el unísono de nuestros instrumentos se acoplaba armónicamente. “Esta cosa tuya ya me tiene totalmente conectado, creo que es hora de marchar”. La leyenda setentera toma su guitarra y la hace trizas contra una roca. Una, dos, tres veces. Toda destartalada, la lanza sobre las llamas de la hoguera, se arrodilla, pone sus manos al frente y simula llamaradas. Al instante, me enseña obscenamente su dedo medio y desaparece en forma simultánea con el chillido de unos pelícanos en disputa. Junto con el desvanecimiento de la visión, un cortocircuito mental me invade súbitamente. Poco a poco se escurre por mi sangre, mi carne, mis huesos, ¡que escalofrío! Caigo lento y pausado, como si una mano invisible me depositara tiernamente en la arena. Ya no escucho nada, los estímulos exteriores los deje atrás, diez mil yardas a la deriva. Soy un as de luz haciendo su veloz rumbo hacia astros ignorados. Mi memoria ya no es capaz de sostener los alcances de mi condición. Me sumerjo en las lagunas negras y obscuras de mi cuerpo occiso.
II
Abro los ojos, el despertador es el mismo de siempre, la naturaleza ruge de mil formas. Esta vez los ladridos de un can invadieron mi letargo abruptamente. “Que chucho mas imprudente, veo que te has dado un buen festín con mis peces”. Mi cabeza daba latidos, más bien temblores, el sol brillaba ardiente impactando violentamente mi rostro. Me siento un momento, los ojos me arden, las cenizas de mi instrumento calcinado me hacen meditar un segundo y retroceder la cinta de mi memoria, buenos recuerdos y agradables retro-visiones me hacen esbozar una leve sonrisa. Has pasado a mejor vida, ¡y tú! ¿Como has dado a parar aquí? El animal movía su cola y daba agudos aullidos, un pelaje negro cubría formidablemente su cuerpo. Con solo un ojo me miraba, el otro dejaba entrever una deforme cicatriz. Me acerco para acariciarlo, pero inesperadamente me responde con un tarascón en mis nudillos y corre lejos. “No tientes tu suerte” vocifero iracundo. La damajuana solo asomaba un concho de licor, sorbeteo una pequeña dosis al borde de la angustia intentando apalear la sed. Me dolía mi mano y este quiltro era el responsable. Mi desayuno fue devorado y mi red de pesca enrollada y guardada, el jolgorio me hizo olvidar cumplir con mis labores diarias, las provisiones se veían peligrosamente escasas. El alimento no me preocupa en mayor medida, solo basta con disponer mi tejido al mar, en ultimo caso no tendría problemas en devorar al perro, pero el alcohol… el alcohol es a mi alma, como la felicidad es al alma humana, no subsisto sin sus influencias, solo las drogas pueden calmar esta agonía en vida, aunque no por mucho tiempo. Mi viaje al pueblo era a esta altura inminente; primero que nada debía juntar cierta cantidad de productos marinos, para poder intercambiarlos o venderlos. Instalé mis artículos pesqueros y me dediqué a esperar que la providencia divina me otorgue la satisfacción. Mientras, me doy una breve zambullida a modo de baño para luego divertirme llenando y vaciando la pipa con dosis de marihuana. El can, luego de correr incesante evitando un encuentro directo con mi persona, dormía apaciblemente acurrucada en la arena, quizás es momento de tomar venganza, mi sable apuntó directamente a su cuello y sin pensarlo dos veces, hice rodar su testa playa abajo. El torso descabezado sin percatar el desprendimiento, seguía aun dando espasmos de esperanza, como si la vida aún le correspondiese de alguna forma, unos cuantos retorcimientos y la finitud de la existencia se apoderó de la inerte bestia. Con prolijo cuidado desligué el cuero tajo a tajo, arranqué todo el pellejo y repasé el largo abdomen de punta a punta con el filo de mi machete, las viseras putrefactas se desparramaron violentamente desde el estómago, “esto no lo trago”, sepulto rápidamente las entrañas y procedo a empalar mi presa, una improvisada hoguera y la mas deliciosa e inesperada carne asada se preparaba para mi disfrute. Continúo inhalando el humo orate de esta exquisita hierba, un rojo atardecer nuevamente ilumina mis visiones, me sumerjo boquiabierto en el esplendor del horizonte;
“Algo pensaba, ya no recuerdo que, pero si tan solo fue hace un instante, mejor atiborro mis pulmones de esta maldita brisa, de este maldito aire, en que estaba, en mis pulmones, no, en el ocaso, en esta incontrolable tos, que magnifica mente desconcertada”.
El olor me espabila un poco, me retrae de mi inconsciente recordándome el hambre y la sed. El último corto de agua loca lo bebo lentamente, poco a poco devoro ganoso el mollejo canino.
Que gran botín me ha otorgado una vez mas el océano, un número considerable de distintas especies; sierras, merluzas, reinetas y al menos un saco de mariscos, almejas, choros y piure principalmente. La mitad de lo obtenido lo arrojé de vuelta a su fuente, pues no seria capaz de cargar tal bulto al pueblo. Compuse un saco y lo amarré a mi espalda, el recorrido no seria fácil, menos con la poca luz que restaba al día, emprendí rumbo de forma inmediata. La caminata, me hizo olvidar un instante el apetito alcohólico e intransigente de mis tripas. El sendero rocoso, afilado, ensartado en mareas y muchas veces inclinado, nuevamente conecto mi espíritu con este paisaje estremecedor. Intentaba retener cada instante estas bellas imágenes, cada día que he vivido en este claustro infinito me he propuesto el mismo objetivo, hacer eterno el mortal clímax del alma. El arribo a la población rural de Llico me encontró de noche, con el bulliche del gentío en la penumbra de sus sueños, el mercado que posiblemente hubiera otorgado una variable de oportunidades para el usufructo de mis pertenencias, se redujo a la morada de prostitutas que toda noche vivía en llamas sudorosas de orgía y trago. Este camino entierrado me conducirá a la iluminación nirvánica que pretendo, me introduzco en el oscuro bosque hasta que la casona de placer se hace a mi, pateo a modo de contraseña tres veces el portón de madera. En menos de un segundo, un constante cerrojerío de puertas y una rápida caminata de tacos se abalanzo al portal. La ventanilla se abre; “¿Quién vive?”; “la amargura risueña y suspicaz de las catacumbas ocultas de la mente humana”. El último pestillo se abrió con holgura de confianza. Tomo a la zorra de su cintura y saludo con un jugoso beso, al borde de arañar su garganta con mi lengua, palpamos nuestros cuerpos eróticamente con las manos. La Rosita es una puta, embutido de ángel y bestia, poeta, autoproclamada “espíritu libertino e insaciable”, el día en que inevitablemente determinó sus únicas ambiciones, el orgasmo brutal y el verso maldito. Su ninfomanía incontrolable la condujo a los malos hábitos, dejó la familia y la ciudad por un hueco de libertad, donde vive de recibir y dar sus inspiraciones. La conozco, me conoce y habitualmente me complace con este tipo de saludos. “¿Qué hacéis tan pronto por estos rincones de telaraña?”; “la nefasta realidad de la impermanencia, mi bidón se ha vaciado”. Un pasillo largo y angosto de un adobe andrajoso, me condujo al salón principal, la puta-cabrona-madre esparcía jugos vaginales por la boca de los campesinos a dos metros de distancia. “Es el espectáculo del día”, me susurra Rosita al oído. Tomo asiento en una mesa apartada y ordeno una caña de vino tinto. El dulce néctar lo ingiero suavemente contemplando las distintas viñetas con propaganda reformista revolucionaria, no se fía y la mente pornográfica del hombre, colgadas y repartidas por todas las paredes del antro, todas por cierto, obras de mi camarada.
“limpia tu semen con mi cabellera marchita, ya no existo, tu degeneración sustenta mis ideales”. Reclamaba un cartel con letras rojas.
La dictadora sexual interrumpió su flujosa rutina, acercando su imponente metro noventa y cinco de estatura y sus cien kilos de peso, para tomar asiento a mi lado. “¿Qué traes para mi, espectro de la creación?” Me dice; “este humilde tesoro que la mar me ha otorgado”; “ya veo, has llegado en hora buena, mi despensa flaquea en opulencia, ofrezco quince litros del mejor licor y mi sexo durante la madrugada, derramaré violentamente mis fluidos con tu miembro dentro de mi”. La oferta es tentadora, aunque prefiero negociar; “veinte litros de agua ardiente, los besos de rosita y un botellón de vino, la vagina escupidora la desecho”. Me baña tres veces la cara con su flujo genital como modo de aceptación de la contraoferta. La emperatriz se aleja cabalgando a cuatro patas dejando un camino centellante a su paso, esparciendo el mucus en el suelo tal como una babosa humana. Se claustra en un dormitorio con cuatro ebrios campesinos.
Las viñas excedidas de melancolía, sollozaron el amargo y dulce vino que sostengo en mi mano. Silencioso, contemplo la bella dama que junto a mí, bebe despreocupada como nunca, su libertad fue comprada por unos instantes, nadie escapa de todas las cadenas del mundo, ni siquiera ella, debe soportar a diario magras experiencias típicas del oficio, las que olvida con certeza ante mi presencia. Sus ojos aun reflejan la inocencia pura de quien no huye a sus verdaderos instintos, de quien sabe lo que es y para qué este mundo albergó su existencia, sin intercambiar palabra alguna disfrutamos el delicioso elixir de la uva. Progresivamente nos sumergimos en el furioso caudal de la embriaguez, la conversación se tornó un tanto incoherente, demostrando ambos nuestras lascivas intenciones. Entre arrumacos, besos y nunca soltando nuestras copas, nos deslizamos por el largo corredor. En su pieza individual y no en las asignadas para clientes, nos confinamos para saciar nuestra ansia carnal. Desnudos, sobre su cama de dos plazas y contemplando todo detalle, a través de espejos instalados alrededor del lujuriosos nido de amor, estremecí mi sexo contra el suyo, con fuerza y vigor, manipule su dulce cuerpo a mi antojo y gentilmente correspondí a su entrega. Nos besamos, copulamos, acabamos, bebimos y luego reímos como idiotas, sin sentido, sin chiste aparente, brotaba de forma espontánea desde nuestro interior, el placer desbordaba el cuerpo y salpicaba risa. Así cíclicamente, repetimos la rutina hasta el amanecer, el canto del gallo nos sorprendió bebiendo, y la primera luz del alba, fornicando. Ebrio y sin mucho mas que ofrecer, me visto para abandonar a mi dama, nos despedimos sin mayor compromiso ni hálito de nostalgia, ella ya cansada y recostada boca abajo, da su adiós sin siquiera mirarme a los ojos. Dejo la habitación, con intención de marcharme del recinto, antes que nada debía embolsar aquello que se me adeudaba. Llegando al salón aun resistían en pie uno que otro borracho, con la convicción de no ceder ante la intención de desplome de sus cuerpos, el trámite es simple, sin complicación alguna, el burdel se alejó a mis espaldas, que por cierto cargaba, cuatro garrafas de agua loca.
La mañana penetraba mis huesos, el frió era intenso y punzante. Una niebla espesa invadía el sendero, sin dejar cabida a la visión. El pueblo consiste básicamente en un camino largo de tierra que llaga al mar, algunas desviaciones a los cerros que conducen a otros pueblos y una en especial que encauza a un lago. Mis intenciones de regresar a la morada no son férreas, así que aprovecharé lo que el día y esta hermosa región me otorgue. Instalado sobre la maleza colindante a una intersección, bajo un triste sauce, caliento la sangre con cortos de mi brebaje. Bastante fue el tiempo que tuve los ojos fijos en el infinito, la bruma otorga una belleza gris, que ensimisma e invita a la reflexión, pero como todo en esta barca balanceante, ya entrando el mediodía, se esfuma dando paso a los tibios rayos del sol, tan pronto como esto sucede, la presencia de hombres se hace a la vista como una ráfaga de cucarachas ante la interrupción de la oscuridad, sorprendido, pero no asustado, no me sobresalto de mi posición.
Miradas acusadoras, cordiales, indiferentes, la verdad nada realmente me importa. Hace mucho tiempo deje atrás los juicios ajenos, las obligaciones, el trabajo que la ciudad impone, comprendo el tiempo como una línea única, sin estructuras que clasifiquen a este, sin atribuir responsabilidades específicas a cada día, la manera del viaje constante, sin fin; caída libre hacia el infinito. Un viejo amigo, siempre me dijo “ve en busca del horizonte y jamás mires atrás, abrasemos el camino de la luna”, en el momento, atribuí tales pergaminos a la ingesta de humos, y no logré comprender, hasta muchos años después, su lógica. Hoy contemplo la naturaleza de mi tierra, su clima, el sol omnipotente que se alza, la gente y sus rutinas. El viento acaricia mi frente, los árboles bailan al son de su canto, quizás ya es hora de ir en busca de algo mas.
Que gran botín me ha otorgado una vez mas el océano, un número considerable de distintas especies; sierras, merluzas, reinetas y al menos un saco de mariscos, almejas, choros y piure principalmente. La mitad de lo obtenido lo arrojé de vuelta a su fuente, pues no seria capaz de cargar tal bulto al pueblo. Compuse un saco y lo amarré a mi espalda, el recorrido no seria fácil, menos con la poca luz que restaba al día, emprendí rumbo de forma inmediata. La caminata, me hizo olvidar un instante el apetito alcohólico e intransigente de mis tripas. El sendero rocoso, afilado, ensartado en mareas y muchas veces inclinado, nuevamente conecto mi espíritu con este paisaje estremecedor. Intentaba retener cada instante estas bellas imágenes, cada día que he vivido en este claustro infinito me he propuesto el mismo objetivo, hacer eterno el mortal clímax del alma. El arribo a la población rural de Llico me encontró de noche, con el bulliche del gentío en la penumbra de sus sueños, el mercado que posiblemente hubiera otorgado una variable de oportunidades para el usufructo de mis pertenencias, se redujo a la morada de prostitutas que toda noche vivía en llamas sudorosas de orgía y trago. Este camino entierrado me conducirá a la iluminación nirvánica que pretendo, me introduzco en el oscuro bosque hasta que la casona de placer se hace a mi, pateo a modo de contraseña tres veces el portón de madera. En menos de un segundo, un constante cerrojerío de puertas y una rápida caminata de tacos se abalanzo al portal. La ventanilla se abre; “¿Quién vive?”; “la amargura risueña y suspicaz de las catacumbas ocultas de la mente humana”. El último pestillo se abrió con holgura de confianza. Tomo a la zorra de su cintura y saludo con un jugoso beso, al borde de arañar su garganta con mi lengua, palpamos nuestros cuerpos eróticamente con las manos. La Rosita es una puta, embutido de ángel y bestia, poeta, autoproclamada “espíritu libertino e insaciable”, el día en que inevitablemente determinó sus únicas ambiciones, el orgasmo brutal y el verso maldito. Su ninfomanía incontrolable la condujo a los malos hábitos, dejó la familia y la ciudad por un hueco de libertad, donde vive de recibir y dar sus inspiraciones. La conozco, me conoce y habitualmente me complace con este tipo de saludos. “¿Qué hacéis tan pronto por estos rincones de telaraña?”; “la nefasta realidad de la impermanencia, mi bidón se ha vaciado”. Un pasillo largo y angosto de un adobe andrajoso, me condujo al salón principal, la puta-cabrona-madre esparcía jugos vaginales por la boca de los campesinos a dos metros de distancia. “Es el espectáculo del día”, me susurra Rosita al oído. Tomo asiento en una mesa apartada y ordeno una caña de vino tinto. El dulce néctar lo ingiero suavemente contemplando las distintas viñetas con propaganda reformista revolucionaria, no se fía y la mente pornográfica del hombre, colgadas y repartidas por todas las paredes del antro, todas por cierto, obras de mi camarada.
“limpia tu semen con mi cabellera marchita, ya no existo, tu degeneración sustenta mis ideales”. Reclamaba un cartel con letras rojas.
La dictadora sexual interrumpió su flujosa rutina, acercando su imponente metro noventa y cinco de estatura y sus cien kilos de peso, para tomar asiento a mi lado. “¿Qué traes para mi, espectro de la creación?” Me dice; “este humilde tesoro que la mar me ha otorgado”; “ya veo, has llegado en hora buena, mi despensa flaquea en opulencia, ofrezco quince litros del mejor licor y mi sexo durante la madrugada, derramaré violentamente mis fluidos con tu miembro dentro de mi”. La oferta es tentadora, aunque prefiero negociar; “veinte litros de agua ardiente, los besos de rosita y un botellón de vino, la vagina escupidora la desecho”. Me baña tres veces la cara con su flujo genital como modo de aceptación de la contraoferta. La emperatriz se aleja cabalgando a cuatro patas dejando un camino centellante a su paso, esparciendo el mucus en el suelo tal como una babosa humana. Se claustra en un dormitorio con cuatro ebrios campesinos.
Las viñas excedidas de melancolía, sollozaron el amargo y dulce vino que sostengo en mi mano. Silencioso, contemplo la bella dama que junto a mí, bebe despreocupada como nunca, su libertad fue comprada por unos instantes, nadie escapa de todas las cadenas del mundo, ni siquiera ella, debe soportar a diario magras experiencias típicas del oficio, las que olvida con certeza ante mi presencia. Sus ojos aun reflejan la inocencia pura de quien no huye a sus verdaderos instintos, de quien sabe lo que es y para qué este mundo albergó su existencia, sin intercambiar palabra alguna disfrutamos el delicioso elixir de la uva. Progresivamente nos sumergimos en el furioso caudal de la embriaguez, la conversación se tornó un tanto incoherente, demostrando ambos nuestras lascivas intenciones. Entre arrumacos, besos y nunca soltando nuestras copas, nos deslizamos por el largo corredor. En su pieza individual y no en las asignadas para clientes, nos confinamos para saciar nuestra ansia carnal. Desnudos, sobre su cama de dos plazas y contemplando todo detalle, a través de espejos instalados alrededor del lujuriosos nido de amor, estremecí mi sexo contra el suyo, con fuerza y vigor, manipule su dulce cuerpo a mi antojo y gentilmente correspondí a su entrega. Nos besamos, copulamos, acabamos, bebimos y luego reímos como idiotas, sin sentido, sin chiste aparente, brotaba de forma espontánea desde nuestro interior, el placer desbordaba el cuerpo y salpicaba risa. Así cíclicamente, repetimos la rutina hasta el amanecer, el canto del gallo nos sorprendió bebiendo, y la primera luz del alba, fornicando. Ebrio y sin mucho mas que ofrecer, me visto para abandonar a mi dama, nos despedimos sin mayor compromiso ni hálito de nostalgia, ella ya cansada y recostada boca abajo, da su adiós sin siquiera mirarme a los ojos. Dejo la habitación, con intención de marcharme del recinto, antes que nada debía embolsar aquello que se me adeudaba. Llegando al salón aun resistían en pie uno que otro borracho, con la convicción de no ceder ante la intención de desplome de sus cuerpos, el trámite es simple, sin complicación alguna, el burdel se alejó a mis espaldas, que por cierto cargaba, cuatro garrafas de agua loca.
La mañana penetraba mis huesos, el frió era intenso y punzante. Una niebla espesa invadía el sendero, sin dejar cabida a la visión. El pueblo consiste básicamente en un camino largo de tierra que llaga al mar, algunas desviaciones a los cerros que conducen a otros pueblos y una en especial que encauza a un lago. Mis intenciones de regresar a la morada no son férreas, así que aprovecharé lo que el día y esta hermosa región me otorgue. Instalado sobre la maleza colindante a una intersección, bajo un triste sauce, caliento la sangre con cortos de mi brebaje. Bastante fue el tiempo que tuve los ojos fijos en el infinito, la bruma otorga una belleza gris, que ensimisma e invita a la reflexión, pero como todo en esta barca balanceante, ya entrando el mediodía, se esfuma dando paso a los tibios rayos del sol, tan pronto como esto sucede, la presencia de hombres se hace a la vista como una ráfaga de cucarachas ante la interrupción de la oscuridad, sorprendido, pero no asustado, no me sobresalto de mi posición.
Miradas acusadoras, cordiales, indiferentes, la verdad nada realmente me importa. Hace mucho tiempo deje atrás los juicios ajenos, las obligaciones, el trabajo que la ciudad impone, comprendo el tiempo como una línea única, sin estructuras que clasifiquen a este, sin atribuir responsabilidades específicas a cada día, la manera del viaje constante, sin fin; caída libre hacia el infinito. Un viejo amigo, siempre me dijo “ve en busca del horizonte y jamás mires atrás, abrasemos el camino de la luna”, en el momento, atribuí tales pergaminos a la ingesta de humos, y no logré comprender, hasta muchos años después, su lógica. Hoy contemplo la naturaleza de mi tierra, su clima, el sol omnipotente que se alza, la gente y sus rutinas. El viento acaricia mi frente, los árboles bailan al son de su canto, quizás ya es hora de ir en busca de algo mas.